«Ni a usted ni a mí nadie puede garantizarnos con absoluta certeza que nuestra vida de todos los días no forma parte del sueño de alguien a punto de despertar». Marlon Meza Teni




Los libros de relatos tienen, a mi modo de ver, una desventaja frente a las novelas: el lector abre el libro y si al segundo o tercer cuento no está enganchado, no está atrapado entre los hilos de las historias, lo abandona y lo da por leído asegurando, además, que ya lo leyó y no le gustó. Los lectores no solemos dar a los libros de relatos una segunda oportunidad. No pasamos las páginas, como lo hacemos con las novelas, esperando que surja un giro inesperado que nos empuje a seguir leyendo hasta el final.

     Esto no sucede con los relatos que aparecen en Coreografía del desencanto, el libro ganador del certamen BAM Letras 2018 (por cierto, el último que patrocinó el banco).

     Marlon Meza Teni, el autor del libro, es un guatemalteco que vive en París desde hace muchos años. Además de escritor es músico y fotógrafo, por lo que su visión tiene diferentes perspectivas, diferentes enfoques y diferentes ritmos. Los veinte relatos que aparecen en el libro son retazos de vida cotidiana, de circunstancias que nos pueden suceder a cualquiera porque ¿quién no tiene una tía excéntrica o un amigo hipocondríaco? ¿Cuántos de nosotros no hemos podido llorar la muerte de un ser querido porque alguien se aferra de tal forma a su recuerdo que no lo deja morir? ¿Quién no ha pasado —o ha soñado pasar— varios días metido en la cama con la persona que ama o cree amar? ¿Existe alguien a quien no se le haya roto la piel de tanto extrañar?
     Lo que más llama la atención es que aunque los cuentos están narrados  con un sentido del humor socarrón y hasta un tanto irónico, por ellos fluye un río subterráneo en el que navegan la reflexión, la soledad, la necesidad de ser amado y la nostalgia por el país que se dejó atrás jurando nunca volver. Las  historias de Marlon son un camino de curvas que pueden llevar a cualquier parte: cuando crees que se está riendo de todo, que se está burlando de la vida y lo grotesca que puede llegar a ser, pasas la página y te encuentras con una carta «encontrada en un diccionario enciclopédico» en la que un hijo se despide de su padre antes de irse a vivir a Francia, o con la de una mujer que le escribe a su ex marido desde el dolor causado por la pérdida del hijo.
     Porque el dolor y la ausencia también están presentes en varios de los relatos; en el que se titula «Septiembre» Carmen, la mujer que escribe la carta dice: «… pero una mañana empecé a llorar con la cara metida entre la almohada y supe que mis heridas sufrían por fin esa forma de invierno que representa a la tristeza, esa tristeza que llevaba acumulada en los pulmones de la misma forma como otros acumulan nicotina».  
     O cuando un guatemalteco que se encuentra solo y deprimido en París escucha a una madre hablándole a su hijo en chapín y, repentinamente, le caen encima todos los recuerdos de las vivencias que lo llevaron a marcharse de su tierra; recuerdos que son los causantes de  la añoranza y la depresión que le impiden dormir y que lo llevan a descubrir que para las personas que emigran, la forma de su país será siempre parte de su sombra. Por lo menos la de una esquina. 
     Ante la fuerza de estas lecturas, el lector no puede más que detenerse, regresar la mirada hacia los párrafos anteriores y volver a leerlos, solo para llegar nuevamente a ese paraje que le nubló la vista durante unos segundos.

     Coreografía del desencanto también pudo llevar el título de Coreografía del desencuentro porque, tal y como dice uno de los personajes: «Yo solo sé que sigo viviendo como una calle que quedó despoblada durante un aguacero (…) Quizá sea esta en definitiva la distancia».

     Podría seguir copiando párrafos de este libro escrito —como me dijo el mismo autor— a lo largo de interminables noches y corregido hasta el agotamiento, pero prefiero recomendarles que lo lean, porque puedo asegurarles que mi lectura no sufrió ningún desencanto. Todo lo contrario.


Patricia Fernández
Septiembre, 2018





     


Patricia Fernández

Nací en Guatemala en 1962, en una casa llena de libros. No recuerdo mi niñez sin historias, historias que mi madre nos leía y mi padre se inventaba. Las que más me gustaban y me gustan son las que hablan de la vida diaria y de las personas a las que llamamos normales, esas que consiguen que la cotidianidad se convierta en algo maravilloso. Empecé a escribir en el año 2010, empujada por la curiosidad y la inquietud por saber de dónde salían las historias que me contaban los libros. Fui alumna de varios talleres de escritura creativa aquí, en Guatemala, y luego estudié técnicas narrativas en la Escuela de Escritores de Madrid, España. He publicado varios cuentos cortos en distintos medios y, actualmente, tengo este blog para hablar de lo que me apasiona: la insólita cotidianidad.

7 comentarios

Marlon Meza Teni · septiembre 2, 2018 a las 12:11 am

Patricia, me alegra mucho que te hayan hecho viajar un poco mis relatos, y te agradezco mucho por la visión y la recomendación que le haces al libro. Enhorabuena por los insomnios y los lectores. Muchas gracias.

Adriana · septiembre 2, 2018 a las 12:50 am

Excelente reseña de un libro genial. Gracias por el acercamiento. Felicitaciones!

Nicté Serra · septiembre 2, 2018 a las 3:00 am

Te felicito, Patty! Totalmente de acuerdo.

Patricia Fernández · septiembre 3, 2018 a las 5:24 pm

Me hicieron viajar, Marlon. No lo dudes.

Patricia Fernández · septiembre 3, 2018 a las 5:25 pm

Gracias, Adriana.

Patricia Fernández · septiembre 3, 2018 a las 5:26 pm

Gracias, Nicté. El jurado eligió bien. Lástima que fue el último.

Yolanda Gil · octubre 1, 2018 a las 4:20 pm

Hola, Patricia, compañera, me he permitido nominar tu blog para el Blogger Recognition Award 2018 como podrás leer en mi blog http://elarcondelasmilcosas.blogspot.com/2018/10/nominada-al-blogger-recognition-award.html
Saludos

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