Si hay algo que caracteriza a esta novela es el sentido del humor. Ese humor latino cargado de segundas intenciones… «sangrón», lo llamaríamos algunos.
La novela de Juan Pablo Villalobos, Te vendo un perro ( Anagrama, 2014), es la primera novela que leo de este escritor mexicano, nacido en 1973. La novela engancha, de eso no hay duda. Página tras página, el lector quiere saber más de Teo, un taquero con alma de pintor, o un pintor que terminó siendo taquero.
La vida de Teo transcurre en el edificio viejo de un barrio venido a menos. El lugar está plagado de cucarachas y habitado por ancianos anodinos que, dirigidos por Francesca, la inquilina del 3D, matan los días participando en un club de lectura que se reúne en el zaguán del edificio.
La novela entreteje el presente y el pasado del protagonista. Entre un capítulo y otro nos enteramos de la manía de su madre por adoptar perros callejeros a los que pone nombres completamente inusuales: Solovino, Mercado…, del padre que los abandonó el día que se quedó sin excusa para salir de casa cada noche y del cortejo descarado con el que molesta a Francesca, su vecina de apartamento, que sostiene, sin ningún fundamento, que él está escribiendo una novela.
Teo también mantiene una extraña amistad con Juliette, la verdulera que obtiene más ingresos vendiendo tomates hediondos a los manifestantes e insurrectos que verdura fresca a los vecinos del barrio. Un calendario, colgado en una de las paredes del local, le indica qué meses habrá más tomatizas. De lo que no hay duda es que los bochinches están a la orden del día y que ella es conocida porque sus tomates cuentan con los requisitos indispensables para obtener los resultados deseados.
«… porque el futuro siempre es una consecuencia fatídica del pasado».
Además de Francesca y Juliette, alrededor de Teo se mueven una serie de personajes absurdos, delirantes, descacharrados e ingenuos, cuyas vidas no parecieran ir a ninguna parte.
El ritmo de la novela está marcado por el paso todavía vigoroso de este anciano de setenta y ocho años que administra el poco dinero que le queda en función de las cervezas que puede tomarse cada día. Una administración que muestra lo malo que es para manejar sus finanzas y controlar su gusto por el alcohol.
«Estábamos los que un día teníamos que renunciar a nuestras aspiraciones empujados por las circunstancias o por la aceptación de nuestras limitaciones».
Te vendo un perro muestra la vida tal y como la viven la mayoría de los mortales que se han ido conformando con lo poco que les da la vida: sin romanticismos ni falsas ilusiones porque, como dice el protagonista: «¿Por qué siempre tiene que haber una historia que explique las cosas? ¿Desde cuándo la vida necesita un narrador que vaya justificando las acciones de las personas?».
Si quiere reírse un rato sin saber muy bien de qué se está riendo; si quiere sorprenderse sin saber de qué se está sorprendiendo; si quiere leer con el ceño fruncido sin comprender bien qué está pasando, pero disfrutando cada minuto de lectura, esta es, definitivamente, la novela que buscaba.
Patricia Fernández
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