A Alessandro Baricco hay que leerlo en voz alta, pronunciando cada frase, cada palabra y cada letra con la misma delicadeza con la que él las ha escrito. También hay que leerlo despacio, porque la historia está contada así: sin prisas. No debemos apurarnos, nos enteraremos de todo cuando llegue el momento.  La paciencia es uno de los regalos que deja esta novela.
     Desde la primera frase,  Baricco coloca su mano en la parte más baja de nuestra espalda baja y, guiándonos por las habitaciones de la casa nos cuenta, casi en un susurro, la historia de una familia sin nombre. Solo conocemos el de Modesto, el fiel mayordomo que conoce todos los secretos de la casa en la que ha servido durante los últimos cincuenta y nueve años. 
     Desde las primeras páginas, Baricco nos presenta al Padre, a la Madre, a la Hija, al Tío, a la Esposa joven. Desde las primeras páginas nos habla también del Hijo ausente y la espera ante su regreso. 
     Con un estilo narrativo impecable y un erotismo sutil, fino y elegante —el más sutil, fino y elegante con el que me he encontrado hasta hoy—, el autor va retirando los velos de una historia atípica en la que la vida familiar pareciera girar alrededor de la ausencia del Hijo y el despertar de los placeres del cuerpo. 
     Sin embargo, la narración no es constante. El mismo Baricco la interrumpe a ratos, entra en la historia como si pensara que, sentándose a la mesa como un invitado más, observando los movimientos de los actores de la historia que él mismo escribe, le dará la lucidez que necesita para comprender mejor a sus personajes. 
     Con la misma suavidad con la que se desliza la mantequilla sobre un trozo de pan recién salido del horno, el lector termina formando parte de la aparente excentricidad del grupo familiar, excentricidad que empieza desayunando nada más levantarse, sin haberse lavado o peinado, o con el temor a morir durante la noche.   

     Termino de leer La Esposa joven y, con una delicadeza y un sosiego que no siento, apoyo el libro sobre mi pecho y me quedo quieta. Me atemoriza pensar que cualquier movimiento medianamente brusco alejará de mí la sensación de que acabo de salir de un sueño del que no quiero despertar aunque, como dice uno de los personajes: «La noche ha terminado».




Patricia Fernández
Junio 2018



Patricia Fernández

Nací en Guatemala en 1962, en una casa llena de libros. No recuerdo mi niñez sin historias, historias que mi madre nos leía y mi padre se inventaba. Las que más me gustaban y me gustan son las que hablan de la vida diaria y de las personas a las que llamamos normales, esas que consiguen que la cotidianidad se convierta en algo maravilloso. Empecé a escribir en el año 2010, empujada por la curiosidad y la inquietud por saber de dónde salían las historias que me contaban los libros. Fui alumna de varios talleres de escritura creativa aquí, en Guatemala, y luego estudié técnicas narrativas en la Escuela de Escritores de Madrid, España. He publicado varios cuentos cortos en distintos medios y, actualmente, tengo este blog para hablar de lo que me apasiona: la insólita cotidianidad.

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