Que levanten la mano los que tienen una vida perfecta, dijo el señor, con los ojos entrecerrados, mirando al pequeño grupo que lo rodeaba.
No me mire a mí, señor, busque en otro lado. Desvíe la vista más allá de mi silueta, quizá encuentre por ahí algún iluso que se lo cree o algún mentiroso que lo quiera engañar. ¿Vida perfecta? ¿Quién la tiene? Si conoce a alguien, dígamelo para que pueda yo darle unas buenas palmadas en la espalda y felicitarlo por la utopía que ha creado a su alrededor. ¿O deberíamos llamarla pantalla, cortina, biombo o muro? Porque eso no existe, señor, ni aunque lo parezca. Se lo digo yo. Lo que hace buena la vida -no perfecta, insisto- es la actitud con la que nos la echamos al lomo. Porque no va a negarme que hay quienes, ante un problema, una desgracia o un contratiempo, se ahogan en un charco de agua lodosa mientras que otros solo sacuden bien el pie para quitarse el exceso de barro antes de seguir adelante. Hay también quienes ni siquiera se atreven a acercarse a la orilla, huyen de la marejada que saben que les va a caer encima, mientras que otros se lanzan al agua dispuestos a nadar mientras les duren las fuerzas; los más intrépidos con muy poco más que el convencimiento de que son capaces, y los más precavidos con el salvavidas de la fe bien amarrado al cuerpo.
Pero repito, todo es actitud. El truco está en encontrar eso a lo que llaman balance; en ser fiel a uno mismo, en centrarse en las promesas hechas, en no perder la esencia, en ceder sin permitir que nos arrebaten la dignidad. Por la cara que tiene, veo que se lo puse difícil. Tal vez se esté preguntando de qué carajos hablo, pero no voy a decírselo porque, a su edad, usted ya debería de saber a qué me refiero y, si no lo sabe, peor para usted, está jodido. Tampoco voy a sermonearlo. Ya pasé por ahí. Hace tiempo que me enfoco en cosas más enriquecedoras que intentar hablar con  gente como usted. Cada uno tiene lo que se ha buscado, lo que se ha trabajado con más o menos esmero y dedicación.
Así que no me mire a mí, señor. Búsquese otro con quien rivalizar. Yo lo tengo clarísimo: la vida no es perfecta, pero si nos gusta lo que  percibimos, lo que vemos o lo que hemos logrado, bien está. Ahora, si de celos se trata, no pierda sus fuerzas en aborrecer lo que no es. Si lo que busca es algo real, concéntrese en la actitud. Enfoque todas sus fuerzas en ella. Esa sí que es envidiable.

Patricia Fernández

Nací en Guatemala en 1962, en una casa llena de libros. No recuerdo mi niñez sin historias, historias que mi madre nos leía y mi padre se inventaba. Las que más me gustaban y me gustan son las que hablan de la vida diaria y de las personas a las que llamamos normales, esas que consiguen que la cotidianidad se convierta en algo maravilloso. Empecé a escribir en el año 2010, empujada por la curiosidad y la inquietud por saber de dónde salían las historias que me contaban los libros. Fui alumna de varios talleres de escritura creativa aquí, en Guatemala, y luego estudié técnicas narrativas en la Escuela de Escritores de Madrid, España. He publicado varios cuentos cortos en distintos medios y, actualmente, tengo este blog para hablar de lo que me apasiona: la insólita cotidianidad.

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