Un día, cargada de paquetes, olvidé mi cuaderno de espiral en la carreta del supermercado. Cuando unos minutos más tarde regresé por él, ya no estaba. En ese robo, el ladrón se llevó la receta de mi ensalada favorita, la lista de lo que tenía que llevar a la playa ese fin de año y alguna que otra frase bonita que había leído en un libro, en un cartel o en la cola del banco. Si hubiera sabido lo que se llevaba, tal vez el ladroncito hubiera sido más considerado.
Soy de cuadernos. Lleno uno detrás de otro sin ningún orden. Como el fumador que enciende un cigarrillo con la colilla del que se está terminando, yo empiezo uno en cuanto se me acaba el que tengo en la mano. En ellos han quedado garabateadas las listas de invitados para las celebraciones de Navidad o cumpleaños, los teléfonos del plomero, el electricista o carpintero que necesité en algún momento, los comentarios que hice cuando revisé la novela de una amiga, recetas de cocina apuntadas a carreras, las instrucciones de cómo tejer un suéter con dos agujas, y hasta alguna que otra clase de gramática cuando mi mamá, o esa amiga querida que siempre está dispuesta a ayudarme, han intentado aclararme alguna duda sobre el sujeto, el circunstancial, o por qué va coma en ese lugar exacto de la oración.
Tengo guardados dentro de un mueble de mi habitación todos los cuadernos que he llenado a lo largo de los años. Cada cierto tiempo los saco con la intención de hacer limpieza, de tirarlos a la basura, de deshacerme de una pequeña parte de ese montón de cosas inútiles que vamos acumulando a lo largo de nuestra vida. Pero cuando los hojeo, cuando releo sus páginas y, a través de las listas de compras y mandados vuelvo a vivir la celebración de la piñata de alguno de mis hijos, los regreso a su lugar casi con veneración.
Durante un tiempo intenté acostumbrarme a las agendas digitales. Traté de convencerme de su utilidad: ocupan menos espacio dentro de la bolsa, pesan menos y lo que borras desaparece para siempre, no dan tiempo para arrepentimientos. Terminé siendo esclava de las agendas digitales y amante de los cuadernos (siempre llevo uno en la bolsa, metido en ella como si fuera algo prohibido, ese algo que no debería estar ahí.
Y todo esto sin haber mencionado ni contado los cuadernos en los que escribo todo lo demás. Esos en los que anoto las ideas que pueden llegar a convertirse en una historia y que he intentado (a veces sin éxito), no mezclar con los otros. En ellos están los primeros borradores de casi todos los relatos que he escrito, mi sueño loco de llegar a ser escritora y, ¿por qué no decirlo?, yo misma dibujada en letras.
Mis cuadernos cuentan mi historia. Toda. Completa. Para conocerme, no se necesita nada más que aprender a leer entrelineas. Y entre listas.
Patricia Fernández
Junio, 2017
6 comentarios
Lorena Derivera · abril 20, 2017 a las 7:32 pm
Qué bonito, algún día nos robaremos un par para concerte más a fondo y tus más íntimos anhelos. 😉
Yolanda Gil · abril 20, 2017 a las 9:50 pm
Te entiendo perfectamente, a mí hoy se me ha terminado el mío, que irá a la caja donde están sus predecesores y estrenaré uno nuevo
ana patricia Fernandez · abril 20, 2017 a las 10:28 pm
Como el de la carreta del supermercado 😉
ana patricia Fernandez · abril 20, 2017 a las 10:29 pm
Imposible despegarse de ellos, ¿verdad?
Nicté Serra · abril 21, 2017 a las 4:00 am
Son grandes universos nuestros cuadernos. Los collages de nuestros días. Lindo texto.
ana patricia Fernandez · abril 22, 2017 a las 2:52 am
Cuando los perdemos, perdemos un trozo de nosotras. Mi ladroncito ni se lo imaginó.