«Si nadie me pregunta qué es el tiempo, lo sé; si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé». San Agustín

Actualmente tenemos menos cosas que hacer fuera de nuestra casa u oficina: ya no es necesario ir al banco y hacer cola para pedir una chequera o depositar dinero en nuestra cuenta o en la de alguien más; no pasamos horas en la agencia de viajes planificando nuestra próxima vacación; no tenemos que llevar el rollo a revelar, ni regresar a recoger las fotos; las horas en el supermercado se han reducido a una lista enviada por correo electrónico y la farmacia queda tan lejos como nuestro teléfono celular. Ni siquiera cuando estudiamos (o queremos saber algo por simple curiosidad) nos vemos en la necesidad de levantarnos del escritorio para buscar en la enciclopedia el significado de nuestra duda. Mucho de lo que hace unos años podía llevarnos varias horas ahora toma minutos. A veces muy pocos minutos. La tecnología, ese gran acierto futurista, nos ha traído un gran regalo: El tiempo. 

 

     Y sin embargo, si algo nos falta en estos días es justamente eso: Tiempo. Si nos encontramos a alguien en la calle, las pláticas versan casi siempre sobre lo mismo: la falta de tiempo. Nos falta tiempo para estar con la gente a la que decimos querer, tiempo para tomarnos un café sin horario, tiempo para escaparnos unas horas de la rutina, para tirarnos boca arriba en la grama y buscarle forma a las nubes. Creemos que los minutos que pasamos en la cola de un banco platicando con el desconocido que está adelante o detrás nuestro, no nos aporta nada; que el rato pasado entre góndolas, apoyados en la carreta del supermercado, charlando con el amigo o la amiga que no veíamos desde hacía meses o años es tiempo perdido…
 
     Como el hombre que vivía en el cuarto planeta de El Principito, nos hemos vuelto serios: “… ¡Tengo tanto trabajo! ¡Yo soy serio, no me entretengo en pamplinas! (…) No tengo tiempo de callejear. Yo soy serio”, le dijo el hombre ocupado al pequeño Príncipe cuando éste le preguntó qué era lo que contaba con tanto empeño.
 
     Cierto es que en esta ciudad nuestra el tráfico nos roba muchas horas, pero si las comparamos con las que pasábamos haciendo cola o sentados frente a una señora que, mientras esperaba a que se imprimiera nuestro pasaje de avión, nos contaba de la boda de su hijo o sobre la muerte de su padre ¿no resultan ser las mismas? Corremos para saber cuánto corremos, no para disfrutar de la carrera. Administramos nuestro tiempo de tal forma que olvidamos dónde lo dejamos, qué hicimos con él. Nos hemos vuelto hombres serios, sin tiempo para ver las estrellas porque, al igual que el personaje de El Principito, estamos más ocupados guardándolas en un banco. Y luego nos preguntamos dónde estarán.
 
Patricia Fernández
Julio, 2016

     
     


Patricia Fernández

Nací en Guatemala en 1962, en una casa llena de libros. No recuerdo mi niñez sin historias, historias que mi madre nos leía y mi padre se inventaba. Las que más me gustaban y me gustan son las que hablan de la vida diaria y de las personas a las que llamamos normales, esas que consiguen que la cotidianidad se convierta en algo maravilloso. Empecé a escribir en el año 2010, empujada por la curiosidad y la inquietud por saber de dónde salían las historias que me contaban los libros. Fui alumna de varios talleres de escritura creativa aquí, en Guatemala, y luego estudié técnicas narrativas en la Escuela de Escritores de Madrid, España. He publicado varios cuentos cortos en distintos medios y, actualmente, tengo este blog para hablar de lo que me apasiona: la insólita cotidianidad.

5 comentarios

Yolanda Gil · julio 11, 2016 a las 10:30 am

Precioso, Patricia, y muy real

Patricia Fernández · julio 11, 2016 a las 12:52 pm

Gracias, Yolanda, por tomarte el tiempo de leerme.

Jenny H. · julio 11, 2016 a las 6:10 pm

Hermoso. Gracias por compartirlo.

Patricia Fernández · julio 12, 2016 a las 9:35 pm

Gracias a tí, Jenny, por leer.

NictéSdP · julio 31, 2016 a las 2:03 pm

Ciando éramos niños o jóvenes abundaba el tiempo. Lo encotrábamos en todos lados. Pero lo fuimos deformando. ¡No se vale! Tan cierta tu reflexión, de principio a fin. Ese café ilimitado.. Como añoro esos placeres. ¡Delis leerte!

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