La vida nunca deja de sorprenderme. Cuando pienso que la tengo bajo control, que el momento que estoy viviendo me pertenece en su totalidad, que soy dueña del tiempo y que estoy bailando con muy buen ritmo, se acerca a mí por la espalda, me toca el hombro con suavidad y me recuerda que todo, absolutamente todo, puede cambiar en un solo segundo. Y no estoy hablando de grandes tragedias o pequeñas desgracias, solo de lo volátiles que son los minutos y que lo que hoy consideramos permanente puede darse la vuelta y convertirse en cualquier otra cosa, desde una buena noticia que consigue arrancarnos la más bella de nuestras sonrisas; esa que según nosotros no tenemos porque suponemos que sonreír es un acto voluntario,
hasta un contratiempo que nos destantea y confunde de tal forma que pasamos varios días viendo las cosas a través de una nube de agua.
Y es entonces, en esos momentos de desconcierto, de pérdida de ritmo y confusión que me obligo a detenerme y volver a casa, por ponerle un nombre a ese mundo que vive dentro de mí y que es completamente independiente y ajeno a los ruidos, al miedo de quedarme sola, a mis inseguridades, al rechazo que siento por el tráfico que nos está aislando y a la pena, la frustración y la furia que me dan esos seres deshumanizados que están devorando una tierra que nos pertenece a todos. Volver a casa es retomar las temporalmente abandonadas tardes de silencio que me permiten escucharme, es recordar la maravillosa sensación que da tener un libro entre las manos y leerlo tumbada en el sofá con los piernas apoyadas en su respaldo; es volver al té de frutas que me reconforta y a las agujas de costura que, con su «Clic, clic. Clic, clic», me devuelven el ritmo y la armonía.
Hoy fue un día de esos, de silencios y costuras, de libros y escritura. Debo confesar que me hacía falta y que, al final, he decidido que como en la famosa frase de la película Lo que el viento se llevó, me agrada pensar que mañana será otro día.
Patricia Fernández
Febrero 1, 2018
2 comentarios
Nicté Serra · febrero 2, 2018 a las 4:50 am
Ha vuelto Patricia, con un texto bello en la punta de los dedos, con té y libro y dos agujas que cantan… Gracias!
ana patricia Fernandez · febrero 4, 2018 a las 11:37 pm
Gracias, Nicté. Desde mi mundo interior.