Una mesa redonda, un mantel blanco, sillas, platos, vasos, cubiertos, servilletas, jarra de agua y botella de vino que se van desordenando y vaciando al paso de la comida. Bullicio, risas, dos o tres conversaciones a la vez “¿Qué dijo?” pregunta algún despistado que no se enteró de por qué ríen los demás.   En un momento cualquiera, levanto la vista y veo a mi alrededor. Sin importar si los que rodeamos la mesa somos seis o doce, si somos familia o amigos, si nos conocemos desde siempre o desde ahora, ese instante mío, de silencio interior, de gratitud ante lo que la vida me regala en ese preciso instante es una de las experiencias más cálidas y acogedoras que he llegado a sentir. Me arropa y abriga tanto como el suéter cómodo de andar por casa. 
     No todos los días percibes, y quizá por eso es tan valiosa, la milésima de segundo que te dice que la vida es más de lo que crees, de lo que has imaginado, de lo que alguna vez soñaste. No todos los días el tiempo se detiene en cada una de las personas que rodean tu mesa. No todos los días lo ves respirar con suavidad e iniciar una danza lenta y suave que flota por encima de nuestras cabezas. Por unos breves instantes veo, sin escuchar, las caras de mi familia, de mis amigos, de mi gente. Los observo moverse, hablar entre ellos, reírse, mirar al frente, tomar la copa de vino, cortar un trozo de pan o limpiarse los labios con la servilleta. Cada movimiento es parte de esa danza que el tiempo baila sobre nosotros.
     Alrededor de las mesas celebramos, recordamos, extrañamos. Alrededor de las mesas creamos vínculos, nos domesticamos -como decía el zorro de El principito- porque, como también decía ese personaje optimista y tierno: “Solo se conocen las cosas que se domestican”.
     

Patricia Fernández
Junio, 2017
  
     
     
     

     


     
     


Patricia Fernández

Nací en Guatemala en 1962, en una casa llena de libros. No recuerdo mi niñez sin historias, historias que mi madre nos leía y mi padre se inventaba. Las que más me gustaban y me gustan son las que hablan de la vida diaria y de las personas a las que llamamos normales, esas que consiguen que la cotidianidad se convierta en algo maravilloso. Empecé a escribir en el año 2010, empujada por la curiosidad y la inquietud por saber de dónde salían las historias que me contaban los libros. Fui alumna de varios talleres de escritura creativa aquí, en Guatemala, y luego estudié técnicas narrativas en la Escuela de Escritores de Madrid, España. He publicado varios cuentos cortos en distintos medios y, actualmente, tengo este blog para hablar de lo que me apasiona: la insólita cotidianidad.

2 comentarios

Nicté Serra · junio 11, 2017 a las 12:17 am

Me fascina cómo describís con palabras exactas estos rituales domesticadores que resultan ser una fortuna. Gracias por escribir, no dejés de hacerlo.

ana patricia Fernandez · junio 12, 2017 a las 2:41 pm

Gracias, Nicté. Espero que la escritura me persiga siempre

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