Guatemala no está para fiestas. Desde hace días, meses o quizás años, el ánimo de los guatemaltecos no es el mejor del mundo. Cierto es que disfrazamos nuestro sentir con «memes» y bromas que, aunque simpáticos y ocurrentes, no esconden totalmente nuestra desazón y nuestro sentimiento de pérdida. Porque eso es lo que sentimos muchos de nosotros: que nos estamos quedando huérfanos de patria porque, como un barco agotado, nuestro país hace aguas por los costados. Los golpes de la corrupción y los embistes de la falta de sentido patrio y el desamor por la única tierra que tenemos han hecho mella en su frágil estructura. Guatemala navega contra corriente y sin timón, intentando sortear una tormenta a la que no se le ve tregua.
Sin embargo, en medio de ese caos, de ese ánimo triste con el que vivimos, todavía hay momentos de luz y de calma.
Ayer tuve la oportunidad de escuchar a la orquesta sinfónica infantil y juvenil de Santa Cruz Balanyá, un pequeño municipio del departamento de Chimaltenango. El grupo de niños, orquestados por su maestro, el profesor Edras Patá, y con la colaboración del Sistema de Orquestas de Guatemala (SOG), dieron un concierto con la finalidad de reacaudar fondos y conseguir patrocinios para que los niños puedan seguir estudiando música. Fondos que ayudarán a la orquesta a mantenerse a flote, a no naufragar.
Al apagarse las luces, un grupo de jóvenes, cuyas edades oscilaban entre los siete y los diecisiete años, subieron al escenario llevando con ellos sus violines y chelos; se sentaron muy rectos y confiados, afinaron sus instrumentos, acomodaron las partituras y empezaron a tocar. Palladio y la sinfonía No. 1 para cuerdas de Mendelssohn flotaron por el salón. Frente a mí, sentado junto a su madre y su hermanito, un pequeño jugueteaba con el arco del violín, esperando su turno para mostrarnos cuánto había aprendido. No perdí de vista a la madre a lo largo de todo el concierto: con una mano palmeaba a su niño pequeño, aquejado por una tos seca, mientras con la otra tomaba fotos con un teléfono celular que no parecía dominar muy bien.
Al terminar de tocar una pieza llamada «Darwall», cuyo arreglo fue hecho por el maestro Patá, los más pequeños dejaron sus instrumentos, se pusieron de pie al fondo del escenario y cantaron a coro el himno de la UEFA Champions League pues, como nos explicó el profesor Edras, los niños de Santa Cruz Balanyá aman el futbol, por lo que combinan una hora de práctica musical con dos de deporte.
Como dijo la directora de SOG, Rossana Paz Pierri, la música sensibiliza, despierta lo mejor del ser humano. Y eso hicieron los niños y jóvenes del SOG y de Santa Cruz Balanyá: consiguieron que el público asistente tuviera, por unos instantes, la esperanza de que Guatemala puede ser.
Patricia Fernández,
Septiembre, 2017
7 comentarios
Rodrigo Mendoza · septiembre 28, 2017 a las 3:40 pm
¡Viva la musica!
Eu de Toscana · septiembre 28, 2017 a las 4:34 pm
Que lindo mensaje Patricia y que bien escrito!
Amihada Azul · septiembre 28, 2017 a las 6:14 pm
Precioso! Gracias por iluminarnos.
ana patricia Fernandez · septiembre 29, 2017 a las 2:31 am
¡Qué viva!
ana patricia Fernandez · septiembre 29, 2017 a las 2:32 am
No perdamos la esperanza, Eugenia.
ana patricia Fernandez · septiembre 29, 2017 a las 2:32 am
Muchas gracias por leerme.
Hector Rodas · octubre 13, 2017 a las 11:35 pm
La anécdota que compartes es muy bonita. Pero la semblanza que haces de Guatemala al principio, es magistral. Qué lindo escribes!