Una de las muchas imágenes que guardo de cuando era niña es la de mi mamá sentada en un sillón, bajo la luz de una lámpara, leyendo un libro. La recuerdo guapa, muy guapa, con el pelo recto hasta los hombros, mitad gris y mitad blanco a sus treinta y pocos años, la pierna cruzada una sobre otra y el dedo pulgar entre los dientes, mordisqueándose la uña.
 
     De ella y esa imagen heredé varias cosas: el amor por la lectura, la forma de cruzar la pierna, el mordisquearme las uñas cuando estoy leyendo una buena novela —mientras más me apasiona la historia, más me las muerdo— y la capacidad de olvidar que el mundo sigue girando mientras leo.
 

     Por supuesto, junto al amor por la lectura heredé también el maravilloso vicio de comprar libros. No me agrada mucho que me los presten; si quiero leer alguno, quiero tenerlo, que sea mío. Poco a poco, a base de paciencia y años (porque los libros son caros, a veces muy caros), he llegado a tener una buena cantidad que fui colocando en la sala familiar, en mi cuarto o en las habitaciones de mis hijos; cualquier lugar era bueno para guardarlos. He apilado libros por todos lados. Mi mesilla de noche ha llegado a parecer la torre de Babel a punto de venirse abajo.
 
    El arquitecto que construyó nuestra casa siempre recuerda que cuando nos reunimos a ver los planos, yo, con veinticinco años, le señalé una pared y le dije: «aquí va a ir mi librera». Al preguntarme por la distribución del resto de la casa, dice que mi joven respuesta fue: «no sé, de eso que se encargue Ricardo». 

     Por diferentes circunstancias, la pared se mantuvo vacía durante veintisiete años. Ayer, finalmente quedó terminada. Los libros adornan mi sala familiar como las joyas que son. No están ordenados de ninguna forma. Los fui sacando de los anaqueles y los rincones donde estaban y los coloqué en las nuevas estanterías sin tomar en cuenta a los autores. Los considerados «grandes» están al lado de los no tan conocidos o no reconocidos porque para mí, aprendiz de escritora, sé que escribir un buen libro lleva tanto trabajo como escribir uno malo. 
 
     Parte de la ilusión que siento es saber que ahora cuento con más espacio, espacio que llenarán otros libros que compraré o que me regalarán. Pasará un buen tiempo antes de que vuelva a necesitar otra librera, pero ya elegí la pared donde irá. El resto… es la vida. 
 
Patricia Fernández
Junio, 2016
     
     
     

Patricia Fernández

Nací en Guatemala en 1962, en una casa llena de libros. No recuerdo mi niñez sin historias, historias que mi madre nos leía y mi padre se inventaba. Las que más me gustaban y me gustan son las que hablan de la vida diaria y de las personas a las que llamamos normales, esas que consiguen que la cotidianidad se convierta en algo maravilloso. Empecé a escribir en el año 2010, empujada por la curiosidad y la inquietud por saber de dónde salían las historias que me contaban los libros. Fui alumna de varios talleres de escritura creativa aquí, en Guatemala, y luego estudié técnicas narrativas en la Escuela de Escritores de Madrid, España. He publicado varios cuentos cortos en distintos medios y, actualmente, tengo este blog para hablar de lo que me apasiona: la insólita cotidianidad.

4 comentarios

Yolanda Gil · junio 11, 2016 a las 9:21 pm

Cómo te comprendo! Yo también tengo la costumbre (o es un vicio?) de comprar los libros y, claro, después hay que buscarles sitio, jajaja. Feliz estreno de librera (aquí la llamamos librería)

Patricia Fernández · junio 11, 2016 a las 11:41 pm

Estoy como niña con juguete nuevo. Veintisiete años esperé por ella. Comprar libros es un vicio, porque cuando lo haces se te acelera el pulso, te tiemblan las manos, te emocionas. Un maravilloso vicio.

NictéSdP · junio 12, 2016 a las 3:02 am

Ahh… Tantas paredes que quisierámos tener para vestirlas con literatura. Puedo imaginarte con el arquitecto, perfectamente.

Maria · julio 2, 2018 a las 10:06 pm

Si algo tenemos en común las de la tribu, además de escribir, es ese vicio te tener libros. Alguno es el escogido y otros aguardan turno haciéndonos ojo pache. Linda historia tu librera.

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