Existen libros que empiezas a leer sin tener la más mínima idea de lo que encontrarás entre sus páginas. Eso me pasó con Mente, una de las novelas que ha escrito Fernando Maremar, mi profesor de primer año del curso «Itinerario de novela». Corría el año 2014.
Compré el libro con la curiosidad (confieso que un poco perversa) de ver cómo escribía quien me estaba enseñando a escribir a mí. Quería saber qué tipo de escritor era ese maestro que me exigía mucho más de lo que yo me creía capaz; que corregía mis textos y los de mis compañeros con una lupa digna del más respetado investigador.
Fernando me sorprendió. Desde las primeras líneas me agarró en volandas y me sumergió en los contrastes de las grandes ciudades, esas en las que las personas no son nada y, a la vez, lo son todo. Me presentó a Udelia, la joven protagonista que, solitaria y anodina, trabajaba desde su casa, navegando siempre en la internety moviéndose por su pequeño estudio en la silla de ruedas a la que vivía confinada desde que, siendo muy pequeña, una rara enfermedad la privó de caminar. Me contó de la ilusión que ella tenía de ver las estrellas y como, cada tarde, con gran esfuerzo se apoyaba en el alféizar de la ventana para intentar ver esos astros que le eran vedados junto con la noche. Me mostró también los secretos del desierto; la calidez y el abrigo que pueden encontrarse detrás de su aparente falta de hospitalidad.
Sin permitirme poner los pies en el suelo, Fernando me hizo ver que dos mentes que se encuentran, se admiran, se respetan y se complementan pueden llegar a compartir una intimidad más profunda que el sexo. Sin mencionarlo, me habló de identidad, de lealtad, de fe, de amistad, de tomar las riendas de la vida. De las fallas y los aciertos que existen en todos los sistemas creados por el hombre.
La prosa limpia, sencilla y libre de afecciones me hizo pasar las páginas virtuales del kindle preguntándome qué vendría a continuación, qué tenían que contarme cada uno de los entrañables personajes que pueblan esta historia.
Y el final. Ese final que te obliga a poner en práctica todo lo que has ido aprendiendo a lo largo de la lectura: que la vida es una decisión y que cada decisión que tomamos en nuestro presente modifica para siempre nuestro futuro.
Con esta hermosa novela, Fernando Maremar consiguió algo que muy pocos escritores logran: que al pasar la última página haya cerrado el libro y, con él sobre el regazo, sintiera la zozobra que se mete en el cuerpo cuando nos despedimos de un buen amigo.
Para terminar, cito las palabras de Miriam Beizana, otra lectora que comentó esta novela y que resumen muy bien lo que yo sentí: «No dejaba de sorprenderme mientras leía, sin poder dejar de hacerlo, sin poder dejar de fascinarme, cómo era posible que esta novela pudiera perderse en la interminable biblioteca amazónica como una más, si estaba dotada de una calidad a la altura de la ciencia ficción más aclamada».
Patricia Fernández
Febrero 2016
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