La luz es un imán que tira de mí con muchísima fuerza. Y si es la luz del sol, más aún. Y si es la luz del sol reflejada en el mar, no digamos. Y si es la luz del sol reflejada en el mar al atardecer, estoy perdida. Me atrae y me hipnotiza, y yo me rindo ante ella con la certeza y la tranquilidad que dan las posibilidades.
 

 

     Me subo al pequeño muro que da a nuestra casa la ilusión de privacidad y observo quieta, escudriñando el futuro. A mi derecha está el sol; le queda poco tiempo para iluminar este lado del mundo. Su guiño me dice que pronto se irá, pero que no me preocupe porque volverá mañana. El sol ha teñido el cielo de amarillo oro. Y el cielo se ha dejado porque se sabe hermoso.
 
     A mi izquierda, el día brilla todavía azul y da, a los que nos tomamos el tiempo de mirarlo, un último anhelo de eternidad.
 
     Veo ahora hacia el horizonte. Ha  llovido en algún lugar del océano porque un arcoiris sale de entre sus aguas, se eleva y se pierde entre las nubes -su espesura plomiza no deja ver hacia dónde va el arco de las hileras de colores.

 

 

 Me bajo de la pared pero no me alejo de ella, no le doy la espalda a la playa. No quiero perderme el espectáculo: el del mar y los tonos del agua que cambian de azul a gris con cada minuto que pasa; el de la bola de fuego -que solo a esta hora nos deja verla de frente y con los ojos abiertos-, escabulléndose detrás del espejismo de una línea recta, y el de las palmeras negras, recortadas contra el cielo dorado de otro atardecer.      
 
     Dentro de muy pocos minutos ese cielo se vestirá de negro. Si no se encapota, si decide regalarnos una noche clara, tendremos brillo de estrellas.
 
 
     La luz, ese imán que tira de mí con muchísima fuerza, ha vuelto a hacer de las suyas en mi ánimo. Venir a la playa me hace bien.

Patricia Fernández

Nací en Guatemala en 1962, en una casa llena de libros. No recuerdo mi niñez sin historias, historias que mi madre nos leía y mi padre se inventaba. Las que más me gustaban y me gustan son las que hablan de la vida diaria y de las personas a las que llamamos normales, esas que consiguen que la cotidianidad se convierta en algo maravilloso. Empecé a escribir en el año 2010, empujada por la curiosidad y la inquietud por saber de dónde salían las historias que me contaban los libros. Fui alumna de varios talleres de escritura creativa aquí, en Guatemala, y luego estudié técnicas narrativas en la Escuela de Escritores de Madrid, España. He publicado varios cuentos cortos en distintos medios y, actualmente, tengo este blog para hablar de lo que me apasiona: la insólita cotidianidad.

3 comentarios

Lorena Derivera · octubre 2, 2016 a las 11:32 pm

AAhhhh mme encantó, espero que la próxima vez se me haga y pueda ir, para que ese imán tire de mi también. Belllísima descripción. La viví y sentí contigo

ana patricia Fernandez · octubre 3, 2016 a las 4:28 am

Tenemos que disfrutar esto juntas, Lorena. Eso seguro. La próxima vez.

ana patricia Fernandez · octubre 3, 2016 a las 4:28 am

Tenemos que disfrutar esto juntas, Lorena. Eso seguro. La próxima vez.

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