“Me violaron a los seis años.
Me internaron en un psiquiátrico.
Fui drogadicto y alcohólico.
Me intenté suicidar cinco veces.
Perdí la custodia de mi hijo.

Pero no voy a hablar de eso.
Voy a hablar de música.
Porque Bach me salvó la vida.
Y yo amo la vida”.



Con estas palabras empieza James Rhodes a hablarnos sobre el abuso sexual y el poder sanador de la música clásica.  
 
Es su propia historia, escrita por él mismo en una sinfonía musical que lleva al lector desde lo más hondo de los infiernos hasta lo más alto del cielo. Sin dar detalles específicos ni mórbidos sobre las violaciones, los lectores nos vamos enterando del desconsuelo de un niño que, como muchos de los que sufren de abuso sexual, no se atreve a pedir ayuda debido a las amenazas del violador -en este caso, su profesor de gimnasia- y crece pensando que así es la vida. 
 
Con rabia contenida, con rabia liberada, pero también con mucha decisión y valentía, Rhodes nos relata su historia y como fue Salvado -sí, así, con mayúscula- a los siete años de edad por la música clásica, cuando escuchó por primera vez una pieza llamada la Chacona, para violín solista, en re menor, de Johann Sebastian Bach. La versión para piano de Busoni. Ferruccio Dante Benvenuto Michelangelo Busoni, como él mismo lo dice.
 
El que cada capítulo lleve como título el nombre de una pieza de música clásica es una de las grandes maravillas de este libro. No creo que exista un solo lector que no hayamos recurrido a nuestra colección de música, a internet o a cualquier otro medio para escuchar las piezas que el autor comparte con nosotros. No creo tampoco que exista un solo lector que termine de leer el libro sin, cuando menos, los ojos llenos de lágrimas (algunos, como yo, quizá pasen la última página llorando desconsoladamente de admiración, de rabia, de respeto, de ganas de justicia y, sobre todo de amor, de mucho amor por la música clásica.
 
Al igual que cuando termina un gran concierto, de esos que han conmovido hasta lo más profundo de mi ser y me han emocionado tanto que me ha faltado el aire para respirar, me levanto de mi silla, aplaudo hasta que me duelen las manos e inclino mi cabeza en reverencia. 
 
Gracias, James Rhodes. 

 


Patricia Fernández

Nací en Guatemala en 1962, en una casa llena de libros. No recuerdo mi niñez sin historias, historias que mi madre nos leía y mi padre se inventaba. Las que más me gustaban y me gustan son las que hablan de la vida diaria y de las personas a las que llamamos normales, esas que consiguen que la cotidianidad se convierta en algo maravilloso. Empecé a escribir en el año 2010, empujada por la curiosidad y la inquietud por saber de dónde salían las historias que me contaban los libros. Fui alumna de varios talleres de escritura creativa aquí, en Guatemala, y luego estudié técnicas narrativas en la Escuela de Escritores de Madrid, España. He publicado varios cuentos cortos en distintos medios y, actualmente, tengo este blog para hablar de lo que me apasiona: la insólita cotidianidad.

4 comentarios

NictéSdP · abril 11, 2016 a las 3:28 am

He bajado el libro. Dejo todos los demás, los de la inamovible lista de espera en suspenso. Nunca altero el respeto cronológico de mi lista de espera. Solo eso te digo. Gracias Patty por el sentimiento de tu reseña. Gracias por introducir historias humanas a nuestro mundo pequeño.

Patricia Fernández · abril 12, 2016 a las 4:42 am

Hay libros que son verdaderos hallazgos. Tesoros descubiertos.

Clara Lucía Pérez Arroyave · abril 18, 2016 a las 2:37 am

Qué interesante historia. Buscaré el libro. Gracias, Patri.

ana patricia Fernandez · abril 21, 2016 a las 12:32 am

Gracias, Clara. Recomendado.

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