El libro llegó a mis manos como una joya que no se espera. Nell Leyshon y su novela “Del color de la leche” eran completamente nuevas para mí. 
 
La protagonista es Mary, una niña de catorce años que nació con el pelo del color de la leche y un defecto en una pierna. Vive con sus padres y sus hermanas en un pueblo de la Inglaterra de mil ochocientos treinta; en una pequeña granja en la que todos, sin excepción, trabajan para mantenerla precariamente. Sin embargo, y a pesar del trabajo arduo, las carencias materiales, la rigidez del padre y la sumisión de la madre, Mary no se queja ni es infeliz. Todos los días pasa un rato con su abuelo paralítico, con el que tiene una buena relación nacida del carácter agudo y el sentido del humor que ambos comparten. Su abuelo es su cómplice, lo más cercano a un amigo.
 
Un día el padre anuncia a Mary que, para que la familia tenga un poco más de dinero, ella deberá trasladarse a vivir a la casa del vicario. Allí  ayudará con los quehaceres y cuidará de la esposa del cura, enferma desde hace mucho tiempo. La vida en la nueva casa transcurre sin grandes contratiempos hasta que la niña descubre las letras y, ayudada por el propio vicario, aprende a leer y a escribir.
 
Del color de la leche es una denuncia que se lee con estupor primero y con indignación después. Como bien dice Valerie Luiselli en el bello prólogo que escribió con el asombro que le dejó la lectura del libro: “es una historia poderosa que desciende al bajo fondo de una vida que se disolvió en la escritura y que solo puede recobrarse en el silencio de nuestra lectura. Un silencio largo, estremecido y lleno de rabia”.
 
Y es que es así, justamente, como se lee esta magnífica novela narrada sin alardes ni victimismos: en un silencio sobrecogedor y un respeto profundo por esa niña que añoraba volver a su hogar, y a la que aprender a leer y a escribir le sirvió únicamente para contar su historia.
 
Patricia Fernández
Febrero, 2016

Patricia Fernández

Nací en Guatemala en 1962, en una casa llena de libros. No recuerdo mi niñez sin historias, historias que mi madre nos leía y mi padre se inventaba. Las que más me gustaban y me gustan son las que hablan de la vida diaria y de las personas a las que llamamos normales, esas que consiguen que la cotidianidad se convierta en algo maravilloso. Empecé a escribir en el año 2010, empujada por la curiosidad y la inquietud por saber de dónde salían las historias que me contaban los libros. Fui alumna de varios talleres de escritura creativa aquí, en Guatemala, y luego estudié técnicas narrativas en la Escuela de Escritores de Madrid, España. He publicado varios cuentos cortos en distintos medios y, actualmente, tengo este blog para hablar de lo que me apasiona: la insólita cotidianidad.

1 comentario

NictéSdP · febrero 16, 2016 a las 2:22 pm

Es de esos libros que te producen rechazo a todo lo demás. Al trabajo, al quehacer que no termina, a las horas cortas. Porque ante una historia con ese poder lo único que necesitas, que deseas y que añoras es leer. Odio tener que trabajar todo el día.

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