No nos equivoquemos. El 8 de marzo no celebramos el feliz y sencillo hecho de haber nacido mujeres. 

Cada 8 de marzo, desde muy temprano, las redes sociales nos bombardean con fotos de mujeres felices. «¡Feliz día de la mujer!» nos dicen casi todas esas imágenes  y personas bienintencionadas.

Comprendo que ser mujer es bueno. Muy bueno. Pero mejor aún es ser «ser humano», «persona» o «gente». Nacer hombre o mujer es cuestión de alineación de planetas, de designios divinos o, simplemente, de suerte. A unas nos tocó de un lado de la línea y a los otros, del otro. Nada más. Sin importar de qué lado estemos, hombres y mujeres somos valiosos.

En 1975 la ONU decretó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer. La fecha fue elegida porque ese mismo día, en el año de 1857, las mujeres de una fábrica de Nueva York protestaron contra los bajos salarios y la mala condición laboral. Salieron a las calles a exigir el mismo trato que recibían los hombres por realizar el mismo trabajo que ellas hacían y por el que ganaban menos de la mitad del salario. El resultado de esa marcha dejó un saldo de 120 mujeres fallecidas.

Años más tarde Nueva York volvió a ser escenario de una protesta femenina. El 8 de marzo de 1908, 15,000 mujeres salieron nuevamente a las calles. Exigían recortar los larguísimos horarios de trabajo, mejorar los sueldos, prohibir el trabajo infantil y tener opción al voto.

Tres años después, el 25 de marzo de 1911, más de 100 mujeres trabajadoras y unos veinticinco hombres murieron quemados adentro de una fábrica de textiles (Nueva York). Los dueños cerraron con candado las puertas del lugar para que las mujeres no robaran nada mientras huían para salvar sus vidas.

Si algo debemos aplaudir cada 8 de marzo, es la lucha constante que mantenemos las mujeres por obtener igualdad de derechos.

Por casualidad o por destino, el 8 de marzo de 2017 Guatemala vivió algo parecido. Cuarenta y un niñas murieron calcinadas en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción. La noche anterior habían sido encerradas bajo llave después de que intentaran escaparse del maltrato que recibían de sus cuidadores. El Hogar Seguro era un centro que protegía a niñas víctimas de la violencia en sus hogares. También albergaba a mujeres menores de edad que habían cometido algún delito y que, después de haber cumplido su condena, no tenían a dónde ir. El caso fue muy confuso. Padres, cuidadores y autoridades se señalaban unos a otros. Nadie quería aceptar que la tragedia no era más que otra consecuencia de nuestra sociedad desarticulada.

Es por esta lucha constante que hemos vivido, vivimos y continuaremos viviendo las mujeres, que no puedo alegrarme cuando alguien me felicita por un día que no debió haberse dado nunca.

Patricia Fernández

8 de marzo de 2019

 

 

 

 

 

 


Patricia Fernández

Nací en Guatemala en 1962, en una casa llena de libros. No recuerdo mi niñez sin historias, historias que mi madre nos leía y mi padre se inventaba. Las que más me gustaban y me gustan son las que hablan de la vida diaria y de las personas a las que llamamos normales, esas que consiguen que la cotidianidad se convierta en algo maravilloso. Empecé a escribir en el año 2010, empujada por la curiosidad y la inquietud por saber de dónde salían las historias que me contaban los libros. Fui alumna de varios talleres de escritura creativa aquí, en Guatemala, y luego estudié técnicas narrativas en la Escuela de Escritores de Madrid, España. He publicado varios cuentos cortos en distintos medios y, actualmente, tengo este blog para hablar de lo que me apasiona: la insólita cotidianidad.

1 comentario

Rodrigo Mendoza · marzo 9, 2019 a las 7:53 am

Cabal.

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